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sábado, 28 de junio de 2008

evangili.net

EVANGELIO DEL DIA

¿Señor a quién iriamos ? Tienes las palabras de la vida eterna. Jn 6, 68


sábado 28 Junio 2008

Hoy la Iglesia celebra : San Irineo

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San Agustín :
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa.» (Lc 7,6)


Evangelio según San Mateo 8,5-17.

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :

San Agustín (354-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia
Sermón 231

«Señor, no soy digno de que entres en mi casa.» (Lc 7,6)



Cristo, viniendo desde otro país, no encontró aquí más que penas, dolores y muerte en abundancia. Esto es lo que hay aquí en abundancia, de lo que tú tienes aquí en abundancia. Comió contigo de lo que hay en abundancia en la pobre casa de tu desdicha. Bebió vinagre, ha gustado la hiel (Jn 19,29). Esto es lo que ha encontrado en tu pobre casa.

Pero él te ha invitado a su casa magnífica, a su mesa celestial, al manjar de los ángeles donde él mismo es el pan (Jn 6,34). Abajándose hasta tu casa de pobreza y encontrando la desdicha en tu morada, no ha rehusado sentarse a tu mesa tal cual era. Te ha prometido sentarte a su mesa... Ha cargado sobre sí toda la infelicidad y te dará toda su felicidad. Sí, te la dará, pues nos ha prometido su vida.

Y todavía hay algo más increíble: Nos ha dado como prenda su propia muerte. Como si nos dijera: Os invito a participar en mi vida donde nadie morirá, donde se encuentra la felicidad verdadera, donde el alimento no se corrompe ni nunca faltará. En el país de los ángeles, en la amistad con el Padre y el Espíritu Santo. Os invito a un banquete eterno, a mi amistad fraternal. En fin, os invito a participar de mí mismo, os invito a mi propia vida. ¿No creéis que os voy a dar mi propia vida? ¡Tomad mi muerte como testimonio!

Comentario: Rev. D. Xavier Jauset i Clivillé (Lleida, España)

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano»

Hoy, en el Evangelio, vemos el amor, la fe, la confianza y la humildad de un centurión, que siente una profunda estima hacia su criado. Se preocupa tanto de él, que es capaz de humillarse ante Jesús y pedirle: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos» (Mt 8,6). Esta solicitud por los demás, especialmente para con un siervo, obtiene de Jesús una pronta respuesta: «Yo iré a curarle» (Mt 8,7). Y todo desemboca en una serie de actos de fe y confianza. El centurión no se considera digno y, al lado de este sentimiento, manifiesta su fe ante Jesús y ante todos los que estaban allí presentes, de tal manera que Jesús dice: «En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande» (Mt 8,10).

Podemos preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces pedimos y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre nos escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como el centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y confianza. Dice san Pedro Crisólogo: «La fuerza del amor no mide las posibilidades (...). El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad alguna». ¿Es así mi oración?

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo...» (Mt 8,8). Es la respuesta del centurión. ¿Son así tus sentimientos? ¿Es así tu fe? «Sólo la fe puede captar este misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa a la experiencia y al conocimiento natural» (San Máximo). Si es así, también escucharás: «‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el criado» (Mt 8,13).

¡Santa María, Virgen y Madre!, maestra de fe, de esperanza y de amor solícito, enséñanos a orar como conviene para conseguir del Señor todo cuanto necesitamos.


viernes 27 Junio 2008

Hoy la Iglesia celebra : San Cirilo de Alejandría

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Beata Teresa de Calcuta :
«Jesús extendió la mano y lo tocó.» (Lc 5,13)


Evangelio según San Mateo 8,1-4.

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra. Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :

Beata Teresa de Calcuta (l910-l997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
A Simple Path

«Jesús extendió la mano y lo tocó.» (Lc 5,13)



En nuestros días, en Occidente, la peor enfermedad no es la tuberculosis o la lepra sino el sentirse indeseable, abandonado, privado de amor. Sabemos cuidar las enfermedades del cuerpo por medio de la medicina, pero el único remedio para la soledad, el desconcierto y el desespero es el amor. Hay mucha gente que muere en el mundo por falta de un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es una pobreza diferente. No es sólo una po

Comentario: Rev. D. Xavier Romero i Galdeano (Cervera-Lleida, España)

«Señor, si quieres, puedes limpiarme»

Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2). También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme».

Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma petición: «Señor, si quieres...». No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».breza de soledad, sino también de falta de espiritualidad. Existe un hambre de amor como existe un hambre de Dios...

martes, 17 de junio de 2008

EVANGELI.NET Dimarts XI

Dia litúrgic: Dimarts XI de durant l'any
Text de l'Evangeli (Mt 5,43-48): En aquell temps, Jesús digué als seus deixebles: «Ja sabeu que es va dir: ‘Estima els altres, però no estimis els enemics’. Doncs jo us dic: Estimeu els vostres enemics, pregueu pels qui us persegueixen. Així sereu fills del vostre Pare del cel, que fa sortir el sol sobre bons i dolents i fa ploure sobre justos i injustos. Perquè, si estimeu els qui us estimen, quina recompensa mereixeu? ¿No fan el mateix els publicans? I, si només saludeu els vostres germans, què feu d'extraordinari? ¿No fan el mateix els pagans? Sigueu perfectes com ho és el vostre Pare celestial».
Comentari: Mn. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, Catalunya)
«Sigueu perfectes com ho és el vostre Pare celestial»
Avui, el Crist ens convida a estimar. Estimar sense mesura, que és la mesura de l'Amor veritable. Déu és Amor, «que fa sortir el sol sobre bons i dolents i fa ploure sobre justos i injustos» (Mt 5,45). I l'home, espurna de Déu, ha de lluitar per assemblar-s'hi cada dia: «Així sereu fills del vostre Pare del cel». On trobem el rostre de Crist? En els altres, en el proïsme més proper. És molt fàcil compadir-se dels nens famèlics d'Etiòpia quan els veiem per la TV, o dels immigrants que arriben cada dia a les nostres platges. Però, i els de casa? I els nostres companys de feina? I aquella parenta llunyana que està sola i que podríem anar-li a fer una estona de companyia? Els altres, com els tractem? Com ens els estimem? Quins actes de servei concrets tenim amb ells cada dia?
És molt fàcil estimar qui ens estima. Però el Senyor ens convida a anar més enllà, «perquè, si estimeu els qui us estimen, quina recompensa mereixeu?» (Mt 5,46). Estimar els nostres enemics! Estimar aquelles persones que sabem —de segur— que mai no ens tornaran l'afecte, ni el somriure, ni aquell favor. Senzillament perquè ens ignoren. El cristià, tot cristià, no pot estimar de manera “interessada”; no ha de donar només un bocí de pa, una almoina al del semàfor. S'ha de donar ell mateix. El Senyor, morint en la Creu, perdona els qui el crucifiquen. Ni un retret, ni una queixa, ni un mal gest...
Estimar sense esperar res a canvi. A l'hora d'estimar hem d'enterrar les calculadores. La perfecció és estimar sense mesura. La perfecció la tenim en les nostres mans enmig del món, enmig de les nostres ocupacions diàries. Fent el que toca a cada moment, no el que ens ve de gust. La Mare de Déu, a les noces de Canà de Galilea, s'adona que els convidats no tenen vi. I s'avança. I li demana al Senyor que faci el miracle. Demanem-li avui el miracle de saber-lo descobrir en les necessitats dels altres.
Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».
Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»
Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio। A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.


Today's Gospel (Mt 5:43-48): Jesus said to his disciples, «You have heard that it was said: Love your neighbor and do not do good to your enemy. But this I tell you: Love your enemies, and pray for those who persecute you, so that you may be children of your Father in Heaven. For He makes his sun rise on both the wicked and the good, and He gives rain to both the just and the unjust. If you love those who love you, what is special about that? Do not even tax collectors do as much? And if you are friendly only to your friends, what is so exceptional about that? Do not even the pagans do as much? For your part you shall be righteous and perfect in the way your heavenly Father is righteous and perfect».
Commentary: Fr. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, Catalonia)
«You shall be righteous and perfect in the way your heavenly Father is righteous and perfect»
Today, Christ invites us to love. To love without measure, which is the measure of true Love. God is Love, «who makes his sun rise on both the wicked and the good, and gives rain to both the just and the unjust» (Mt 5:45). And man, God's spark, has to keep on struggling every day to resemble him: «So that you may be children of your Father in Heaven». Where can we find Christ's face? On others, on our nearest fellow men. It is very easy to feel sorry for the starving children in Ethiopia when we watch them on TV, or for all those immigrants that every day arrive to our shores. But, what about those at home? What about our co-workers? And what about that distant relative living alone and whom we could pay a visit to, to keep her some company? How do we treat others? How do we love them? What specific deeds of service have we towards them, every day?
It is certainly very easy to love those who love you. But our Lord is urging us to go a step further, «If you love those who love you, what is special about that?» (Mt 5:46). To love our enemies! To love those we know —for sure— will never return our affection, or our smiles, or that favour. Simply because they ignore us. A Christian, truly Christian, should not love “in an interested” way; it is not enough to give a piece of bread or our alms to the kid at the traffic lights. We have to give ourselves to the others. When dying on the Cross, Christ forgave those who crucified him. No reproach, no complaint, not even a wry face...
To love without expecting anything in return. When it comes to loving we need no calculators. Perfection is to love with no measure. And we hold perfection in our hands amidst the world, amidst our daily chores. By doing what we should in every instance, not what we should like to. God's Mother, at the wedding of Cana, in Galilee, realizes the guests have no more wine. And she steps in. And she asks the Lord to make a miracle. Let us beg him to day the miracle of finding it out in the needs of our own neighbours.